Editorial
El Nacional
El show no debe seguir
La gran FARCsa
La "Operación Emmanuel", como el presidente Chávez denominó con gran fanfarria la entrega de dos rehenes colombianas secuestradas por las FARC hace más de cinco años, resultó, en efecto, la "Operación Emmanuel" porque todo giró alrededor del hijo de Clara Rojas, nacido en cautiverio. Durante una semana fuimos sometidos a un suspenso y a un circo sin precedentes en gestiones de esta naturaleza.
Primero, fue el anuncio de la decisión "humanitaria y unilateral" de las FARC, como un gesto de desagravio (¿?) al presidente Chávez; luego, la invitación a comisionados internacionales, y, por último, la entrega de las secuestradas, en un lugar cuya coordenadas revelarían las FARC en un último minuto. Todo resultó una gran farsa, que deja al descubierto la clase de showman que tenemos por mandatario. Valga decir, una personalidad histérica ocupada permanentemente en llamar la atención sobre sí mismo.
Chávez había ideado un plan maestro para no sólo trasladar a los rehenes, sino para grabarlos, fotografiarlos y hacer una película con un director gringo mercenario, a la vez que dejaba en ridículo al presidente Uribe, de Colombia. Este último, como gran ajedrecista, movió mejor sus piezas y dejó a su contendor venezolano colgado de la brocha.
Los familiares fueron traídos a Caracas para encontrarse aquí con Clara, Emmanuel y Consuelo, olvidando que después de más de cinco años de secuestro en la selva, lo que primero debería dárseles es privacidad en una clínica y no convertirlos en artistas de un show innecesario e inhumano, o en protagonistas de una estrategia internacional de relaciones públicas, destinada a restaurar la deteriorada imagen del mandatario venezolano.
Y lo más cómico: embarcó en la aventura a comisionados internacionales de todo tipo, presididos por el ex presidente Kirchner, a quien por cierto no le revisaron las maletas, lo cual debería ser de rigor por los antecedentes ya conocidos. En fin, los embarcaron (en el sentido más venezolano de la palabra) hacia Villavicencio, que es lo más parecido a pasar unas días metido en un sauna. Pero, como diría Kirchner, petróleo con sudor se paga. Por fortuna no fue su esposa Cristina, porque se le hubiera derretido en cámara lenta el maquillaje.
El tiempo fue pasando, y Kirchner y los comisionados internacionales comenzaron a sentirse como si estuvieran tomando el ferry en Puerto La Cruz en Semana Santa.
El 31 de diciembre, el presidente Uribe apareció en Villavicencio para desmentir la versión de la guerrilla de que el hostigamiento del Ejército impedía la entrega. No se quedó ahí, y adelantó la hipótesis de que la demora se debía a un hecho simple: "Las FARC no tenían al niño Emmanuel".
Chávez, de inmediato, llamó al canal 8 para revelar que acababa de recibir una carta de las FARC, con fecha 30 de diciembre, en la que le decían que "los intensos operativos militares en la zona nos impiden por ahora entregar a usted los cautivos como era nuestro deseo". Tarde piaste, pajarito.
El Nacional
El show no debe seguir
La gran FARCsa
La "Operación Emmanuel", como el presidente Chávez denominó con gran fanfarria la entrega de dos rehenes colombianas secuestradas por las FARC hace más de cinco años, resultó, en efecto, la "Operación Emmanuel" porque todo giró alrededor del hijo de Clara Rojas, nacido en cautiverio. Durante una semana fuimos sometidos a un suspenso y a un circo sin precedentes en gestiones de esta naturaleza.
Primero, fue el anuncio de la decisión "humanitaria y unilateral" de las FARC, como un gesto de desagravio (¿?) al presidente Chávez; luego, la invitación a comisionados internacionales, y, por último, la entrega de las secuestradas, en un lugar cuya coordenadas revelarían las FARC en un último minuto. Todo resultó una gran farsa, que deja al descubierto la clase de showman que tenemos por mandatario. Valga decir, una personalidad histérica ocupada permanentemente en llamar la atención sobre sí mismo.
Chávez había ideado un plan maestro para no sólo trasladar a los rehenes, sino para grabarlos, fotografiarlos y hacer una película con un director gringo mercenario, a la vez que dejaba en ridículo al presidente Uribe, de Colombia. Este último, como gran ajedrecista, movió mejor sus piezas y dejó a su contendor venezolano colgado de la brocha.
Los familiares fueron traídos a Caracas para encontrarse aquí con Clara, Emmanuel y Consuelo, olvidando que después de más de cinco años de secuestro en la selva, lo que primero debería dárseles es privacidad en una clínica y no convertirlos en artistas de un show innecesario e inhumano, o en protagonistas de una estrategia internacional de relaciones públicas, destinada a restaurar la deteriorada imagen del mandatario venezolano.
Y lo más cómico: embarcó en la aventura a comisionados internacionales de todo tipo, presididos por el ex presidente Kirchner, a quien por cierto no le revisaron las maletas, lo cual debería ser de rigor por los antecedentes ya conocidos. En fin, los embarcaron (en el sentido más venezolano de la palabra) hacia Villavicencio, que es lo más parecido a pasar unas días metido en un sauna. Pero, como diría Kirchner, petróleo con sudor se paga. Por fortuna no fue su esposa Cristina, porque se le hubiera derretido en cámara lenta el maquillaje.
El tiempo fue pasando, y Kirchner y los comisionados internacionales comenzaron a sentirse como si estuvieran tomando el ferry en Puerto La Cruz en Semana Santa.
El 31 de diciembre, el presidente Uribe apareció en Villavicencio para desmentir la versión de la guerrilla de que el hostigamiento del Ejército impedía la entrega. No se quedó ahí, y adelantó la hipótesis de que la demora se debía a un hecho simple: "Las FARC no tenían al niño Emmanuel".
Chávez, de inmediato, llamó al canal 8 para revelar que acababa de recibir una carta de las FARC, con fecha 30 de diciembre, en la que le decían que "los intensos operativos militares en la zona nos impiden por ahora entregar a usted los cautivos como era nuestro deseo". Tarde piaste, pajarito.
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