miércoles, 28 de noviembre de 2007

Una jaula para Chávez



Y hasta que ocurrió la tan profetizada hecatombe. Porque el del paracaidista primate de Miraflores es un clásico caso clínico digno de la escuela psiquiátrica de Viena. De la cual Sigmund Freud era el patriarca indestronable, y quien de buena gana hubiera descartado sin pensarlo dos veces su erótico-fantasioso estudio acerca de la infancia de Leonardo Da Vinci, para sumergirse en el alma tenebrosa e impredecible del chafarote venezolano.


Algo le habrán negado o arrebatado en su oscura niñez a este desequilibrado hombre de la selva; tal vez un prematuro abandono paterno lo condujo a contemplar la venganza como método de acceso al poder; a lo mejor un traumático rechazo materno lo dejó herido de por vida; o su ostensible psicopatía responde sencillamente a un degenerativo estado de persecución, sin razón aparente.


Como sea, resulta evidente que sus nervios acusan fatiga, indisposición y profunda inseguridad.


Cualquier cosa lo altera: el vuelo de una mosca. Un imprevisto cambio de costumbres de alguno de sus más íntimos. El paso de un gato negro. Una escalera en su camino. El olvido de la pastilla para el olvido. El amanecer de un día con nubes negras. Una figura extraña en la clara del huevo. Todo, todo el universo mundo, los astros, los objetos, el aire y la humanidad entera conspiran en contra de sus inconfesables y deformados instintos.


Cómo será en privado cuando le dan las pataletas. El redentor debe mandar a todos al demonio, rasgarse el uniforme y sentirse el monarca del planeta de los simios: Quién me movió el trono. Por qué no me embolaron las botas. Dónde están mis camisas coloradas. Qué se hizo el dentista. Para dónde cogieron los esbirros. Por qué no me pasan a Fidel.


Qué pasa con mis portaviones. Quibo de los misiles de Irán. Que se larguen los perros de Venevisión (están pensando en Panamá). Desde mañana nadie me vuelve a mirar a los ojos porque los fusilo y de ahora en adelante el nombre de Hugo Rafael es patrimonio del estado socialista bolivariano.


Peculiar espécimen este mulatico de guarachas al que no le sienta ninguna prenda civilizada. A todas horas parece listo para montar a caballo y emprender una guerra.


Así que lo más recomendable para su testa hirsuta es un reposo inducido y prolongado que lo aparte de funciones que en sus manos corren el riesgo de convertirse en una bomba atómica.


Probablemente todo ello se fundamente en el olor a descalabro que su proyecto de un imperio de mil años pueda sufrir el próximo 2 de diciembre, cuando el pueblo venezolano se manifieste con relación a la propuesta chavista de reelección presidencial indefinida. Hasta ahora las encuestas muestran una clara desventaja de su sueño napoleónico.


Pero Chávez habla y habla y habla, y amenaza y amenaza y amenaza. Embiste como toro en corraleja. Una camisa de fuerza y un trapo en la boca es lo que necesita el desastrado imitador de Bolívar, el pobre cachorro de Castro, el nuevo matón del vecindario.


Ya lo había dicho el Libertador: Venezuela es un cuartel, Colombia una universidad y Ecuador un convento. En cuanto a Colombia y Ecuador, por culpa de los avorazados criollos, el tiempo le llevó la contraria, pero en cuanto a su país, Bolívar no pudo ser más exacto.

Prolífica tierra de cuartelazos y dictadores, Venezuela no ha podido romper con los atávicos genes del caudillismo que arden por las venas de quienes aspiran a gobernarla.


Allá todos se creen José Antonio Páez o Juan Vicente Gómez o Marcos Pérez Jiménez. Allá lo que les gusta es que los traten como peones. Y los que allá mandan lo hacen como ganaderos. Pero de Bolívar no tienen nada, y menos este Chávez que según cuentan cuando estaba preso por golpista recitaba sus cartas y textos en voz alta en el patio de descanso. Y del que también dicen que consulta a brujas, santeros y pitonisas.


Idi Amín Dada hacía lo mismo. Lo que no sé es si el de acá se come a sus enemigos.


Quién sabe qué tipo de fantasmas, visiones y pesadillas atormentan la mente del inesperado heredero de Ricardo III, el engendro de monarca creado por Shakespeare.


Megalómano, provocador, incendiario, sin escrúpulos y presa de un incontinente delirio mesiánico, el coronel Hugo Chávez ahora se ha empeñado en encontrar un enemigo externo que aterrorice a su nación, que justifique su plan de militarización de la sociedad, que juegue a su favor en las urnas, que aísle del mundo a sus conciudadanos y que facilite la eliminación (política) de sus opositores.


Su estrategia, calculada, medida, prefabricada, tiende también a anular el pensamiento, a evitar el debate, a cortar los canales de opinión y a unificar bajo un mismo discurso visceral y violento a una nación que cada vez más se parece a la Cuba de los racionamientos y las jineteras.
Porque la actual carestía venezolana se debe a la falta de alimentos que ya indispone a las bases. Bases cuya hambre es manipulada por los cocos que se inventa Chávez cada ocho días.


Ni el petróleo le sirve para chantajear y hasta el rey de Arabia Saudita lo mandó a sentarse y a guardar compostura durante la última reunión de la OPEP. Que se vaya a soplar la gaita de Venezuela, le dijeron en el Golfo Pérsico.


Un bloqueo a Venezuela es lo que en el fondo pretende ese pitecanthopus erectus. Un retorno a la edad de piedra de su nación. Una hambruna generalizada para su país es lo que desea el chafarote desencajado.

Entonces tendría motivos suficientes para alegar que el imperialismo yanqui lo ha incluido en la lista del eje del mal y perpetuarse como el único salvador de su vapuleada patria.


De dignidad estuvo hablando por estos días el hombre fuerte de Miraflores. Muy fácil hablar de honor cuando a uno lo respaldan las bayonetas. Honor y dignidad que no tuvo cuando Carmona lo tumbó del butacón, aplicándole la misma medicina que el paracaidista empleó en su momento.


Dice el gran pedagogo de rojo que a la libertad se llega por la coacción. Por la coacción de los opresores. Y ahora el portento negroide se está quedando sin a quien coaccionar porque los presuntos opresores se están largando de Venezuela y sin libertad para nadie porque el enemigo interno acecha.


Cobarde y suplicando se vio por televisión, con el rabo entre las patas, al coronel el día que lo bajaron de la nube. Pero al tipo le funcionó la macumba y volvió más sediento que nunca de titulares, de micrófonos, de aplausos y de fomentar un estado permanente de sobresalto y crispación.
Hombre rudimentario y primitivo, aunque gradilocuente y verborreico, Chávez todavía es el modelo de la individualidad instintiva, de la manifestación de la naturaleza bruta, expresión de la preconciencia.


Al igual que su pueblo, el orangután de Palacio todavía no llega a la auto expresión; todavía imita pero no crea; persiste en las fórmulas bárbaras de sus predecesores llaneros pero no alcanza la liberación de Bolívar, que no se parecía a nadie en Suramérica, como escribió Fernando González, el filósofo de Otraparte.


Inacabados en su expresión fisiológica, los suramericanos, en especial los ecuatoriales, es decir, los habitantes de lo que era la Gran Colombia, encuentran en las inarmónicas facciones de Chávez el mejor ejemplo de una antiestética que casi matemáticamente se traduce en incapacidad para obras perdurables, colapso moral, confusión mental e inconstancia intelectual.


No es pues el coronel una realidad morfológica ni espiritual acabada. Es un híbrido, una mezcla, tal vez una promesa pero una promesa peligrosa, manoseadora como todo mono y una entidad condenada al fracaso por su inconstancia e indisciplina.


Y como todo híbrido es además enfermo, perturbado, desequilibrado, irritado, temblón, atrevido y encantado por su propia oratoria.

A los mulatos como él les encanta el ruidito de las palabras, se dejan sugestionar por el sonido y cuando hablan inventan, se agrandan y ofenden a quienes oprimieron a su raza. Y en hablar se desahogan, se realizan, se envanecen y se agotan para la acción.


Atolondrado por el complejo de ilegitimidad, extensivo a toda raza mestiza, el astuto Chávez es una fuerza que inspira a los suyos por cuanto posa de modelo autóctono desafiante y sin vergüenza, pero su ego lastimado no descansará hasta ver a su “bravo pueblo” convertido de nuevo en rebaño.


Mandar para Chávez es un vicio, un hábito, una droga. No el principio de lo bello y lo bueno, como querían los griegos.


Nada nuevo se está inventando el gran macaco. Su biología entera es la encarnación de la vanidad, no para ejecutar sus designios más íntimos, sino para blanquear su orgánico, hipertrófico deseo de someter a sus iguales y maltratar a quienes considera descendientes de los antiguos déspotas.


Lo malo es que por fuera ni siquiera lo miran como déspota sino como un payaso con petróleo, un dictadorzuelo de pacotilla y un tumor de la naturaleza.


Pobre Chávez, atormentado por la idea del pecado original. Se sabe ilegítimo y actúa como ilegítimo. Por eso arremete contra todo sin producir nada. En la destrucción descubre su mayor placer y realización. Fruto vano el animal venezolano. El tiempo dirá que fue una abstracción.


José María Baldoví Giraldo. Periodista bogotano

No hay comentarios:

Publicar un comentario

conosinpalabras@gmail.com